La pandemia y dios.
Escribo
en diálogo con el artículo del Sr José Pablo Feinmann del próximo pasado
domingo 07, “Dios y la pandemia”[1].
Para ser precisa, dialogo con lo que interpreto de su nota, como no puede ser
de otra manera. Es gracias al reconocimiento de la distancia entre lo escrito y
lo que yo interpreto del artículo que puedo otorgarme el ejercicio de la
libertad de responder a la vez que liberar al autor de cargar con la sentencia
de mis interpretaciones. En situaciones comprometidas, por el mismo
reconocimiento de discernimiento entre lo que se me ofrece –digamos buenamente-
y lo que me interesa darme por interpelada, corro riesgos mayores que en esta
ocasión por supuesto, pero ¿Qué mejor que los riesgos a correr resulten de la
elección propia a que por intenciones ajenas sobre una? ¿Acaso por mis haceres
o inhaceres, más temprano que tarde, no seré yo quien responda por mí y no
otro? Quizá no elija las circunstancias que me rodean en muchas ocasiones, es
cierto. Más en el entrenamiento de la propia libertad, por pequeño ejercicio
que parezca, las circunstancias, dinámicas, se van ampliando –como nos muestra
la historia social y personal- a la vez que nos permiten mantenernos en forma
para remontar vuelo cada vez más fácilmente si hiciera falta, sino cómo…? Pero
este aparente largo preámbulo no se trata de una excusa anticipada ni mucho
menos; es parte constitutiva de la respuesta del texto en mí. Nos cuenta
Feinmann: “En la foto se ve a una mujer de rodillas que apoya sus manos
entrelazadas contra una alta y fuerte puerta de madera cuidadosamente tallada.
Tiene la cabeza baja, los ojos cerrados y algo está diciendo. ¿Qué es lo que
dice? No lo sabemos, pero se ve claramente que está rezando. La puerta es la de
una catedral y está cerrada. Como están cerradas también las iglesias. Es por
la pandemia. La gente no puede aglomerarse en las casas de Dios porque puede
contagiarse el virus que cruelmente azota el planeta”. Puestos a mirar, la mujer
de la imagen textualizada por Feinmann parece haber corrido el mismo riesgo que
una. La mujer fue hasta la puerta de alguna catedral pero “le han cerrado
las puertas de la casa de Dios y ella igualmente reza” . Evidentemente no
necesitó que alguien abriera la puerta para hacer lo que había ido a hacer.
Quizá es lo que vino a demostrarle esta pandemia: El discernimiento necesario para,
a pesar del infortunio o por ello mismo, hacer lo que quiere, de acuerdo a su
propio deseo –sin perjudicar a otres-. Si era rezar, pues bien, rezó. Como es
lógico, una cosa es la “casa de dios” y otra dios.
Más adelante, como el
autor sabrá mejor que yo sin duda, enumera temas ampliamente debatidos por la
historia de la filosofía, la filosofía e historia de las religiones, la teología
y teodicea (problema del mal, ira de dios, castigos divinos, justicia divina,
existencia y naturaleza de dios, origen del universo)[2],
sin que por ello se haya llegado a nada. No, a nada no, corrijo. Sin llegar a
una respuesta definitiva y hegemónica. Esa es en sí respuesta: en cuestiones
trascendentales, la dualidad, definitiva y hegemónica, no existe. Si hay uno,
tiene que haber dos porque uno sin dos no es uno; uno sin dos es Todo porque no
hay otro simplemente. Si es Todo puede ser un todo de uno, de dos, de infinitos
o un todo de nada. Uno necesita de otro para ser Uno. Por ello no es posible
afirmar Uno -como absoluto- sin negar, por hoguera o imposición, la otredad, su
voluntad. Guste o no, cada quien somos Uno; el universo de identidades se
amplía. La omnipotencia de uno termina donde empieza la del otro, sino, es
abuso. Tal el dilema al que nos enfrentamos: les otres existimos y somos
“muches más que Dos”; además, discernimos. Evidencia suficiente y clara: la
dualidad es una falacia superada; irreal. Asimismo la dialéctica planteada
Ciencia y Religión, Razón y Fe también es falaz[3].
De igual manera lo es la pretensión absolutista y exclusivista de querer hacer
depender de alguna organización religiosa la (buena) Fe y la evolución del
Espíritu Humano como si Fe y Espíritu no fueran potencia intrínseca a la condición
humana. De hecho “¿Podría la Ciencia haberse sostenido sin la fe?”
[4]
Hay una fe en la vida y hay otra fe que dice “¡la ciencia destruirá a
nuestro mundo!” [5].
Pero para Feinmann, que es un buen filósofo agnóstico cientificista positivista,
¡La ciencia salvará al mundo! “Son cientos de miles los científicos que –a
lo largo y ancho del mundo- investigan para conseguir una vacuna salvadora”
nos dice. Será que los científicos trabajan con fe, porque ¿Sirve acaso a la vida la derrota
anticipada del escéptico? [6]
Sin ir muy lejos, yo
misma soy testimonio de la dualidad superada[7].
Como Lic. en Teología y
Religiones Comparadas no
milito el binomio teísmo - ateísmo. No me gusta militar. ¡Que la gente piense
lo que quiera! Prefiero conversar con otros, bucear sobre nuestras percepciones
y representaciones, ayudarnos a afilar mutuamente el discernimiento entre lo
que, por ejemplo, una organización religiosa dice y hace y lo que nosotres
queremos decir y hacer. ¡Quien no quisiera un buen discernir para sí y sus
seres queridos! Cuántos males nos evitaríamos. Porque si, según mi apreciado
interlocutor, “Los sacerdotes no dicen mucho y si dicen algo es lo mismo de
siempre, lo previsible” ¿Importa? Importa qué queremos escuchar, si
queremos escucharlos. Es que de decirse únicos representantes de un dios omnipotente
para ungirse de un poder de autojuzgarse y autoindultarse por los siglos de los
siglos, podría ejercerse como apología del abuso sobre nos-otres; y eso sí
sería peligroso, más peligroso que la pandemia del Covid 19.
El dualismo es un torpe
error de cálculo. Esconde, más o menos groseramente, un ansia de poder subsumir
la otredad. El yo-tu (ustedes) queda prácticamente obsoleto frente a un
nosotres universalizado por primera vez en la Historia, religados como estamos por
una patética pandemia mundial,,,por ahora. Si como dice el filósofo “(…) los
habitantes de este planeta no esperan mucho de Dios. (…) creen más en una
vacuna salvadora que en un milagro divino”, podemos darla por hecha, es
cuestión de poco tiempo. A pesar de la angustiante situación pandémica
–y de otras previas, lamentables, de muy larga data- podemos discernir que los
habitantes de este planeta ya incursionamos en la transformación de nuestra
propia naturaleza, cambiamos nuestros órganos, intervenimos en la química
cerebral, fecundamos in vitro, manipulamos genes. Encontraremos la salida como
ya hemos hecho desde los anales de la historia humana y seguiremos haciendo. No
lo dudemos. Lo verdaderamente divino sería que, a mi juicio, mientras los
científicos trabajan sin escepticismos, con fe en hallar salvación, les otres nos pusiéramos coherentemente, con el mismo tenor que pretendemos de ellos, hasta encontrar la lucidez que nos permita discernir de una buena vez que “el
bien de unos pocos acaba en el bien de nadie”. A ojos del filósofo, la pateticidad de
la figura de la mujer frente a las puertas cerradas de alguna vieja iglesia se
transforma en “envidiable”; es que, nos cuenta, ella “Ha
construido a Dios en su corazón”. De ser así, concilia mi teología con el filósofo, es cierto, es envidiable:
Ella ha construido.
[1] “Dios y la pandemia” JP Feinmann, 07 de junio 2020 (https://www.pagina12.com.ar/270740-dios-y-la-pandemia)
[2] Faltó para mi
sorpresa la visión apocalíptica de Jose Pablo Feinmann
[3] Intropandemia se intentó sumar en Argentina la división “Salud y
Economía” pero fue abortada oportunamente por el propio Presidente para el bien
de todes. Respecto a la aprobación de la Ley IVE (interrupción voluntaria del
embarazo) se ofrece un análisis religioso en el artículo de mi autoría ABORTO
SI. ABORTO SI.
[4] Silo. Obras
Completas I. Humanizar la tierra. Vol. I. Mexico: Plaza y Valdes (pág. 25-159),
2002 [1972].
[5] idem
[6] idem
[7]Humanista Universalista. Lic. en Teología y Religiones
Comparadas (UNLaR). Diplomada en Historia y Filosofía de
las Religiones (UNED. España) Como cuarta egresada del país de una Universidad Nacional, por tanto Laica, en Argentina aún, a diferencia de otros países donde los estudios de
teología y religiones comparadas llevan una larga tradición académica, encuentro
restos dualistas por prejuicios entre militantes ateos y teístas. Para algunos
por Teóloga, para otros por no dogmática.